En el número 194 de la revista Bit, nuestro compañero Juan Santaella hacía referencia a un interesante dato del último “perfil socio-profesional del Ingeniero de Telecomunicación”: el salario de quienes poseen un máster supera en unos 15.000€ la media de los que no lo han cursado.
Este dato confirma que este país -básicamente un mercado más de los inventos americanos y las manufacturas chinas- los ingenieros que no realizan tareas técnicas suelen estar mejor remunerados, a pesar de que el trabajo técnico suele ser más complejo y especializado. Además, la habitual mayor rentabilidad a corto plazo de las actividades especulativas frente a las productivas acentúa este fenómeno.
Al respecto, cuando vi el plan de estudios de un módulo de formación profesional, me llamó la atención que incluyera una asignatura sobre administración de empresas. Inmediatamente pensé: si hasta los de FP se dedican a «gestionar», ¿quién hará el trabajo?
Eso sí, estos hechos no ocultan una triste realidad: el retorno de inversión por realizar un MBA cada vez es menor, salvo que el profesional ya esté previamente posicionado en una carrera ejecutiva/directiva. Esta disminución de retorno también la viene padeciendo el propio Ingeniero de Telecomunicación y, en general, casi cualquier título universitario. ¿La razón? Una ley bien conocida en Microeconomía: los Rendimientos Decrecientes. Ya Thomas Malthus hizo referencia a este principio en 1798, en su famosa obra «Ensayo sobre el principio de la población». Con un ejemplo llano se entiende fácilmente: si 20 albañiles es el número óptimo para levantar un edificio, por encima de esa cifra cada albañil adicional aportará cada vez menos utilidad a la obra hasta llegar a un punto en el que la incorporación de nuevos albañiles suponga más molestias que beneficios. Aplicado a nuestro caso, la economía española ya superó hace años el umbral a partir del cual cada título universitario -primero- y cada título de MBA -después- empezaron a resultar de menor aprovechamiento tanto para la sociedad como para su poseedor.
Buceando de nuevo en la Historia, la primera revolución industrial surgió en Inglaterra en el siglo XVIII gracias a que los mineros y los artesanos textiles aplicaron la fuerza del vapor. Fue en la segunda revolución industrial desde mediados del siglo XIX cuando la verdadera ciencia tomó el protagonismo sobre todo en Alemania y USA, lo cual supuso el desarrollo de nuevas industrias como la electricidad, la automoción, la química, la siderurgia o las propias telecomunicaciones. Alemania y Estados Unidos comenzaron a despuntar sobre Inglaterra gracias en gran medida a su sistema educativo. Las universidades británicas estaban más orientadas a la formación de las élites gobernantes de su vasto imperio, relegando a un segundo plano la formación científico-técnica. Y poco o nada había en el sistema británico parecido a una Formación Profesional. Frente a esto, Estados Unidos y Alemania contaron con una red escuelas técnicas en las que formar a trabajadores especializados y un sistema universitario en el que la formación científica y técnica recibía una atención preferente. El gobierno británico reaccionó exigiendo el etiquetado de la procedencia (el famoso «Made in») con intención de proteger su industria, aunque el efecto fue contraproducente, ya que los consumidores preferían aquellos con la etiqueta «Made in Germany». De todos es conocido que en la Primera Guerra Mundial Inglaterra y Alemania dirimieron a cañonazos su rivalidad comercial, lo cual es casi un símbolo de esa dicotomía, ya casi ancestral, entre la ingeniería y el «management».
La educación científica y la ingeniería han sido claves en el desarrollo económico y social de los dos últimos siglos, pero ahora parece que hemos llegado a un punto en el que mayor tasa educativa no aporta mayor productividad al sistema. Se hacen necesarias nuevas formas de aprovechamiento de los títulos, extrayendo mejor el talento que hay detrás.
El problema general es lo que hoy en día vale el conocimiento. Otro ejemplo: http://thecodist.com/article/programming_is_a_dead_end_job
Aunque éste sea también un ejemplo de naturaleza técnica, podríamos preguntarnos: ¿cuánto vale el trabajo de un ebanista cuando Ikea vende los muebles por una fracción del precio?
Sólo el conocimiento muy especializado tiene auténtico valor. El conocimiento más o menos común está sometido a las mismas leyes de oferta y demanda que el resto de «productos» (comoditización).
A lo mejor es que en la Sociedad del Conocimiento no todos podemos ser Leonardos DaVinci, como se nos pretende hacer creer, y que lo que necesitamos es buenos mecánicos, operarios y albañiles, y menos ingenieros o médicos; y ningún User Experience Architect y tantas otras soplagaiteces semejantes que muchos gestores creen imprescindibles porque el dominio en el que se mueven es el marketing, que al fin y al cabo no es más que la mentira artificialmente elevada a técnica.