A finales de 2013 tuve el privilegio de participar en un proyecto cerca de Stuttgart, en Alemania. El despliegue era urgente y, sobre la marcha, me di cuenta de que me venía bien un segundo ordenador para poder trabajar más rápido en varias cosas al mismo tiempo. Comenté esta conveniencia a mi tutor alemán, sin muchas esperanzas,
y cuál fue mi sorpresa a la mañana siguiente cuando apareció con el equipo, tras haber realizado las gestiones necesarias. ¿Se imaginan cuál habría sido la reacción en muchas empresas españolas? «¿Pero tú qué te has creído?» es lo menos que me habrían dicho en algunas. Carcajadas se habrían escuchado en otras. Sin embargo, aquel buen alemán se esforzó por ayudarme sin dudar en todo lo que me hiciera falta.
Dicen las estadísticas que la productividad en España es baja y sin embargo en general los alemanes salen antes de trabajar, habitualmente a su hora, yo lo he visto con mis propios ojos. Por tanto, aquí hay algo que no cuadra.
Si definimos Productividad como el cociente entre el resultado producido y los factores que han intervenido en la producción (tradicionalmente tierra, trabajo y capital), podría parecer obvio que para aumentar la productividad hay que obtener más productos o servicios y a ser posible invirtiendo menos recursos. Pero pensémoslo un poco mejor.
Como se explica en Economía, el crecimiento se da como resultado de ganancias de productividad que fundamentalmente nacen de cuatro tipos de fuentes:
- Inversión (crecimiento soloviano, en honor a Robert Solow): la productividad del trabajo depende de la cantidad y calidad de los equipos con que cuenta el trabajador. Si mejora la relación capital-trabajo, es decir, si cada trabajador cuenta con más o mejores medios, aumenta la producción per cápita.
- Expansión comercial (crecimiento smithiano, por Adam Smith): el aumento de la productividad nace en este caso de las mejoras derivadas de la división del trabajo (más especialización en las tareas y más capacitación de los trabajadores) vinculadas al aumento de los intercambios comerciales.
- Efectos de escala: se deriva de la reducción de costes unitarios cuando se produce en mayores cantidades.
- Conocimientos (crecimiento schumpeteriano, por J. A. Schumpeter): el aumento del caudal de conocimientos, técnicos y organizativos, es cronológicamente la última de las fuentes de mayor productividad.
Para lograr no sólo el crecimiento sino también el desarrollo económico, se ha comprobado históricamente que, por encima del crecimiento extensivo (aporte de más factores de producción), la clave está en el crecimiento intensivo, el cual proviene sobre todo de:
- Nuevos convertidores y fuentes de energía.
- Nuevas herramientas, máquinas o procesos.
- Nuevas formas de aprovechamiento y organización de los recursos existentes.
A mí, de lo mencionado, me gusta especialmente todo lo que suene a inversión, conocimiento, técnica e innovación. Seguro que a ustedes también. ¿Será porque soy Ingeniero, aunque no nací en Alemania?
Es triste ver, a lo largo de los años, cómo en los medios siguen haciendo preguntas del tipo «¿Cómo es posible que si los españoles trabajamos más horas que los alemanes estos sean más productivos?». Incluso expertos que acuden a las tertulias siguen dando equivocadamente por hecho que la productividad depende del número de horas trabajadas.
La productividad es una medida de la riqueza creada por hora de trabajo. Los alemanes forman ingenieros que trabajan haciendo ingeniería. Los españoles forman ingenieros que trabajan haciendo de camareros (o emigran a Alemania para poder hacer ingeniería) y permiten que un tercio de sus cohortes no terminen la enseñanza básica obligatoria.
Los alemanes, cuando se sientan a trabajar, se sientan a trabajar. Cuando se levantan de su puesto de trabajo es para irse a su casa, cumpliendo el horario. Los españoles no llegamos a la hora, echamos uno o más cafelitos, comentamos la última atrocidad de la telebasura, y de forma socialmente consensuada salimos antes de la hora porque ese día hay fútbol, o bien salimos mucho más tarde porque nunca acabamos de trabajar ni de no trabajar.
Cuando un alemán se sienta a trabajar, dispone de todo lo que necesita para hacer su trabajo, porque ya su jefe se encarga de que así sea. Aquí cualquier españolito, empezando por los ñapas, se acercan a su trabajo, mira un poco el asunto, le dice al cliente «es que me falta la truca de la ringlera esfrasmordia. ¿No tendrá usted una?. Me voy a bajar a por una; vuelvo después de comer» y no aparecen hasta el jueves de dos semanas después, naturalmente sin avisar.
En Alemania, el jefe es el tío que más sabe de todos los que trabajan bajo su mando. Si cualquiera tiene una duda de cómo hacer su trabajo, el jefe tiene el culo pelao de años de conocimiento y experiencia y sabrá cómo resolvérsela. En España el jefe suele ser un señor podrido de hacer un trabajo sin sentido, que sabe menos que el último que entró antes de que se aprobara la LOGSE. Hacerle cualquier pregunta es un afán vano, porque ni sabe la respuesta ni, aunque la supiera, tendría ningún interés en hacer otra cosa que echar la quiniela, tomarse otro pelotazo y calcular cuándo es el próximo puente y cuantos días puede empalmar añadiendo otro de vacaciones. La única motivación que tiene es quedar bien con otro que tiene por encima, y que no noten arriba las deficiencias.
No importa el número de horas que hagamos, ni tampoco el índice de empleo o desempleo, la productividad no puede subir. Si nos dedicamos a hacer trabajos que crean poco valor añadido, y encima no nos importa hacerlos mal, en la vida seremos capaces de tener una productividad que se acerque a la media de la OCDE.