Pleno Empleo

Recientemente se ha publicado -por iniciativa del COIT y la AEIT- la segunda edición de la encuesta socioprofesional del perfil del ingeniero de telecomunicación. Los resultados son muy buenos, sobre todo si los comparamos con muchas otras titulaciones universitarias o con el trabajador medio en España. Se habla incluso de «pleno empleo», un mito comparable a El Dorado que prácticamente supondría que el factor trabajo tendría la sartén por el mango frente al capital, cosa casi nunca vista. Efectivamente, bajo la punta de esta alegría transitoria ha de haber un iceberg oculto en un mar oscuro y cambiante lleno de sorpresas.

En primer lugar, desde mi tierna época de estudiante siempre me ha parecido que los medios de comunicación hablan de «las empresas» como si fueran dioses habitantes del monte Olimpo, mientras que abajo en la llanura vivimos los pobres mortales. O como si «las empresas» flotaran como éter en el mundo platónico de las ideas, mientras que los que aportamos el factor trabajo residimos en el mundo de las cosas. Bien es verdad que algunas de ellas como Siemens o IBM pueden presumir de una envidiable longevidad, pues ya enterraron hace mucho tiempo a todos sus fundadores y empleados iniciales, pero en general el mundo de «las empresas» es prosaico y desde luego muy humano.

En segundo lugar, la profesión de ingeniero de telecomunicación se ve constantemente atacada por un fuerte intrusismo profesional, facilitado y promovido además por la legislación vigente. Por no hablar de que nuestros jóvenes colegas han estudiado una carrera desdibujada por el Plan Bolonia, que entre tantos grados, créditos propios y extraños, másteres y lugares para estudiarlos, ya no sabe uno quién es ingeniero de telecomunicación y quién no. Este suelo que se mueve bajo nuestros pies nos hace perder nuestra identidad, cosa que ya estamos penando.

Otra fuente de mito e idealización es el propio concepto «empleo», presentado muchas veces con un halo de misticismo casi erótico. Por doquier podemos encontrar consejos para redactar el mejor currículum, cómo afrontar una entrevista de trabajo… cuando lo cierto es que, no nos engañemos, la cuna en que nacemos y los contactos que nos proporcione son el mejor predictor de lo que se suele entender como éxito profesional, así ha sido desde que el mundo es mundo. Las últimas décadas han abierto algo más la puerta a otro mito: la igualdad de oportunidades, que en la práctica significa que el hijo del obrero -salvo que le sonría la suerte- ha de esforzarse mucho más, o tener mucho más talento, para llegar el mismo lugar en el escalafón social. Podemos consolarnos pensando que al menos ahora hay posibilidad de llegar, no como en la Edad Media.

Y acordándome de nuevo de nuestros más jóvenes, les diría que no se dejen engañar, pues buscar trabajo es un arte, no una ciencia. En muchas ocasiones he estado en ambos lados de la mesa de la entrevista, unas como entrevistado y otras como entrevistador, y he presenciado procesos de selección influidos por los factores más variopintos de los que el pobre candidato no tiene ni idea y que no dependen de él: adjudicación de proyectos, asignaciones presupuestarias, luchas internas de poder, etc, etc, etc.

Mi conclusión es que la consistencia de las reglas generales para buscar y conservar un empleo es tan débil que siempre hay que escribirlas con cautela y desde luego no para la posteridad. Aunque sí recomendaría un libro: «Rompa las reglas», de William A. Cohen. Ojo, es de un autor norteamericano y dice algunas cosas poco aplicables en la cultura española, pero lanza ideas muy útiles en cualquier país.

Por último querría terminar con una invitación (no me atrevo a llamarla consejo o recomendación), válida para jóvenes y veteranos: uno mismo debe intentar mantener, y si es posible incrementar, su valor profesional tanto dentro como fuera de su actual empresa y responderse, si no todos los días al menos sí todos los meses, a la siguiente pregunta: ¿Qué sería de mí si mañana me quedara en el paro?

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