“Me dijo que sintió una emoción fuera de lo común. Algo parecido a lo que debió experimentar Neil Armstrong cuando puso el pie en la Luna”, contaba en 2008 el hijo de Edmund Hillary, el primero en coronar el Everest y bajar con vida para contarlo.
Después de la Luna, la industria aeroespacial ha conseguido logros impresionantes: las sondas Voyager lanzadas en 1977 van camino de salir del Sistema Solar, una estación internacional permanente orbita alrededor de la Tierra desde 1998, la nave Rosetta fue capaz de posar un módulo llamado Philae en la superficie del cometa 67P/Churiumov-Guerasimenko en 2014, la sonda New Horizons ha sobrevolado Plutón en 2015, ya se han cultivado lechugas y fabricado medicamentos allí arriba…
Muchas veces he escuchado en los medios y también a conocidos míos si no sería mejor “darle todo ese dinero a la gente que se muere de hambre”. Tal vez. A mí también me gustaría que los intereses de mi hipoteca fueran para lo mismo, en lugar de para tapar el agujero que dejaron entidades de crédito por sus excesos inmobiliarios. Si el destino de mis impuestos y de los intereses de mi hipoteca fueran para financiar a la Agencia Espacial Europea, a fe mía que con mejor gusto los pagaría.
De hecho, la Ciencia y su aplicación práctica, la Ingeniería, liberadas ambas de supersticiones y dogmatismos, se han demostrado en la Historia precisamente como la mejor herramienta que posee la humanidad para liberar a sus miembros de la miseria y el hambre en que la mayoría vivieron instalados durante milenios desde la aparición de nuestra especie sobre la faz de la Tierra. ¿Por qué entonces quitarle el dinero a la Ciencia?
Juzgar los éxitos científicos exclusivamente por lo que cuestan es propio de una mentalidad roñosa. Todos los días la Ingeniería avanza más lejos de lo que habíamos llegado antes y esto nos hace progresar como especie. Financiar improductivas ambiciones políticas o empresariales no. Hace miles de años que los poderosos juegan a su juego infantiloide de codicia sin haberlo mejorado mucho.
El progreso científico-técnico, aunque siempre tiene traducción directa o indirecta en dinero, va mucho más allá del puro materialismo. Edmund Hillary y su sherpa Tenzing Norgay llegaron exhaustos a la cima del Everest, casi sin oxígeno. El Apolo XI se la estaba jugando como luego nos demostró el XIII, con unos sistemas informáticos y robóticos que hoy nos provocarían risa. Los accidentes de los transbordadores Challenger y Columbia nos enseñaron a las claras el peligro de estas misiones. ¿De qué vale el dinero para los participantes en estas aventuras cuando el riesgo es tan elevado? No puede ser por tanto el vil metal su motivación principal.
Conquistar el Everest fue relativamente barato, poner el pie en la Luna costó efectivamente una millonada. Ambas gestas no se pueden comparar en costes, pero sí en riesgo y en logro. La sensación de haber llegado más lejos que nadie antes está más allá de la razón, es una profunda emoción. Y el ser humano no es razonable todo el tiempo.
Las Telecomunicaciones han estado omnipresentes en estos logros técnicos, junto con sus hermanas la Electrónica y la Informática. Otras disciplinas técnicas y científicas por las que la humanidad está recorriendo el camino del verdadero progreso, como son la Medicina, la Genética o las nuevas fuentes de energía están avanzando también en gran medida gracias a las tecnologías de la información y las comunicaciones.
Hola, mundo.